Saturday, September 16, 2006

ESCRITORA


Escribía bajo la tenue luz de la luna que se colaba por la ventana. Sus delicadas manos a penas podían distinguir el tacto del papel del de las finas sábanas de seda que la cubrían. Las lágrimas brotaban por sus mejillas sonrojadas como la lluvia sobre los tejados. Mientras se esforzaba por no dormirse escribiendo sollozaba débilmente, lo que la sumía en un halo inquebrantable de profundo pesar. Ideas que borboteaban en su mente sin descanso, no la dejaban fijar ni una sola de ellas sobre el papel. El corazón encogido por el dolor que sentía su alma, se retorcía y conseguía ensalzar un intenso y agónico lamento. Su mano ya no respondía a los impulsos que trataba de enviar desde su confundida mente. En una repentina rebelión encabezada por la tristeza, que se esforzaba por esconder, las lágrimas empezaron a desbordar sus bellos ojos. La soledad que la rodeaba era la mano que mecía su llanto, igual que una madre calma a su bebé.
Notaba encogerse cada vez más, hasta que lo único que era capaz de sentir era el descontrolado y asfixiante clamor de su compungido corazón. Su llanto rebotaba en las paredes de la habitación. Impedían que aquél dolor intenso saliese e hiriese a nadie más. Ella no quería compartir el sufrimiento que la había llevado a hundirse en lo más profundo de un pozo en el que la luz quedaba muy lejos de la imaginación. La oscuridad la cubría de pies a cabeza, la hacía tambalear hasta que perdió el equilibrio por fin. Yaciendo en el suelo, su mente comenzó a elevarse perseguida por su alma, mientras su corazón se desangraba descontroladamente en el frío piso.
Al son de los últimos parpadeos de sus encharcados ojos, su mente y su alma se sumieron en una danza aberrante e histriónica. Sin control, unas manos con fantasmagóricas sombras asieron las riendas de ambas y sus caminos volvieron a separarse para un difuso fin.
Al fin, la última lágrima brotó de sus ojos cayendo al suelo con un inaudible sonido. El frío de la superficie desapareció y del lugar donde la lágrima cayó, surgió una imponente secuoya.




Nagore Moreno Rivas

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