Thursday, January 26, 2006

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La mujer insegura y frágil se adentró en el nebuloso bar. Naya, como así se llamaba, se sentó con torpeza en la última y solitaria mesa del fondo del local. Bajo su brazo izquierdo llevaba un cuaderno de tapas negras y duras y bajo el otro un bolso de cuero negro. Tenía la mirada ausente y se apreciaba su incomodidad en la forma de erguirse en la silla. No se dio cuenta de que uno de los camareros se le acercó y al preguntarle lo que deseaba ella dio un respingo en su asiento. Con voz quebrada finalmente pidió un café solo largo americano y abrió su cuaderno en cuanto el camarero volvió a la barra a preparar su pedido. Revolvió en su bolso y finalmente encontró su bolígrafo con el que comenzó a escribir. De repente ya no se encontraba en aquél bar lleno de gente y de humo, sino en un lugar recóndito de su mente. Era como si se encontrara en medio de un desierto gélido lleno de historias para susurrarle al oído. Pero sus pensamientos se vieron interrumpidos por el camarero que traía su café recién hecho y humeante. Entonces ella le pidió la cuenta y la abonó en el momento para asegurarse un rato sin interrupciones. Una vez el camarero se hubo marchado, se entretuvo mirando el interior de la taza, oscura como la tristeza que envolvía su alma. Removía sin parar el azúcar con la cucharilla sin reparar en el tintineo con la taza. En aquél momento la puerta del establecimiento se abrió e inundó de luz todas las mesas y pareció disipar la inmensa nube de humo que ahogaba el ambiente de aquél lúgubre local. A pesar de llevar puestas las gafas Naya fue incapaz de ver al hombre que acababa de entrar. Pero extrañamente una sensación incomprensible se apoderó de ella. Esa sensación fue en aumento cuando observó como el hombre misterioso se acercaba a ella con paso decidido y una sonrisa que le hubiese resultado increíblemente sexy de no haber estado tan incómoda. Sin mediar palabra, asió una de las sillas de la mesa de Naya y se acomodó en ella. La chica estaba tan sorprendida que no supo cómo reaccionar ni qué decir y le resultaba muy difícil aguantar la mirada de esos ojos negros que la examinaban y la hacían sentir tan desprotegida y vulnerable.
continuará................................................
Nagore Moreno Rivas

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